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Matemáticas: Juego, movimiento y rutina.



Escuchar la palabra matemáticas significa para muchos estudiantes que es el momento de salir corriendo. La aversión por esta materia persigue a muchos durante toda su vida y ver números no es algo que les agrade pues suelen decir que "nunca fueron buenos en matemáticas" o que "casi reprueban un año por culpa de las matemáticas".


La verdad es que no se necesita un talento especial para aprender bien matemáticas pero probablemente sí se necesita talento, pasión y paciencia para enseñarlas.


La enseñanza de las matemáticas se ha centrado en pizarrones llenos de números, repeticiones hasta el cansancio de operaciones y esfuerzos de memoria para aprender las tablas de multiplicar, las fórmulas para sacar área y volumen y varias reglas para poder lidiar con los números.


Es muy raro que nos enseñen para qué sirven las matemáticas en nuestra vida cotidiana más allá de para contar dinero o sumar deudas. Más raro aún es que nos transmitan pasión y gusto por el maravilloso mundo de los números.


Me atrevo a decir maravilloso, aunque muchos lleguen a torcer los ojos al leerlo pero es que sin duda lo es. Enseñar matemáticas debe tener el único objetivo de que el alumno aprenda; nunca la meta debe ser pasar un examen o resolver cálculos aritméticos en el menor tiempo posible.


La enseñanza de las matemáticas tiene que ser lenta, tiene que permitir que se hagan repeticiones no para causar fastidio sino para comprender mejor la lógica de las operaciones y debe además comenzar asegurando que el alumno logre hacer cuatro actividades importantísimas:


  • Clasificar.

  • Descifrar patrones.

  • Trabajar con secuencias (crearlas, seguirlas y comprenderlas).

  • Integrar modelos.



Estas competencias no se desarrollan únicamente "haciendo matemáticas", se desarrollan también a través de juegos, actividades físicas, acertijos, armado de maquetas, manualidades e incluso cocinando u ordenando el salón de clases, los objetos de un cajón o haciendo equipos con los compañeros de clases de acuerdo a características comunes.


Cuando el niño juega, corre, organiza y resuelve usando objetos de su vida cotidiana comienza a desarrollar no sólo habilidades, sino también el gusto por los fundamentos matemáticos.


Más adelante, cuando se sienta en un salón de clases y tiene frente a él un ejercicio de fracciones, rápidamente lo asociará con aquella ocasión en la que repartieron un pastel en la clase y hablaron sobre el tamaño de las rebanadas, sobre las porciones que sobraron y sobre unir y dividir. El aprendizaje será más sencillo y sin duda efectivo.


La educación debe ir de la mano con el juego, con el movimiento y con la vida diaria, de lo contrario se queda en un mundo aparte que suele se incomprensible para cualquier ser humano.

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